domingo, 23 de octubre de 2016

Desde la resistencia


[de  internet]

“Doff encendió un cigarrillo y ofreció uno a Palo.
–¿Alguna vez has vomitado de terror, Palo?
–No.
–Pues eso. Sabrás lo que es el miedo de verdad cuando te haga vomitar.
Hubo un silencio. Después Doff prosiguió:
–Es tu primera misión, ¿verdad?
Palo asintió con la cabeza.
–Ya verás, lo más duro no son los alemanes, ni la Abwehr, es la humanidad. Porque si solo tuviésemos que temer a los alemanes, sería fácil: a los alemanes se les ve venir de lejos, con su nariz chata, su pelo rubio y su fuerte acento. Pero no están solos, nunca lo han estado: los alemanes han despertado los demonios, han avivado las vocaciones del odio. Y en Francia el odio también es popular, el odio al otro, envilecedor, sombrío, que desborda en todo el mundo, en nuestros vecinos, nuestros amigos, nuestros parientes. Quizás hasta en nuestros padres. Debemos desconfiar de todo el mundo. Eso será lo más  difícil: esos instantes de desesperación en los que tendrás la impresión de que no puedes salvar a nadie, que todo el mundo se seguirá odiando, que la mayoría morirá de muerte violenta, por lo que son, y que solo los más discretos y los mejor escondidos morirán de viejos. Ay, lo que vas a sufrir, hermano, al descubrir o muy despreciables que son nuestros semejantes, hasta nuestros padres, repito. ¿Y sabes por qué? Porque son cobardes. Y un día lo pagaremos, lo pagaremos porque no habremos tenido el valor de levantarnos, de protestar contra los actos más abyectos. Nadie quiere gritar, nadie; gritar jode a la gente. Bueno, en realidad no sé si les jode, o les da pereza. Pero los únicos que gritan son aquellos a quienes están pegando, y es por los golpes. En cambio, nadie grita de rabia, nadie grita para armar jaleo. Siempre ha sido así, y siempre lo será: la indiferencia. La peor de las enfermedades, peor que la peste y peor que los alemanes. La peste se erradica, y los alemanes, nacidos mortales, acabarán muriendo todos. En cambio, la indiferencia no se combate, o es muy difícil. La indiferencia es la razón misma por la cual nunca podremos dormir tranquilos; un día perderemos todo, no porque seamos débiles y nos aplaste alguien más fuerte, sino porque hemos sido cobardes y no hemos hecho nada. La guerra es la guerra. La guerra te hará ser consciente de las verdades más terribles. Pero la peor de todas, la más insoportable, es que estamos solos. Y seguiremos estando solos. Los más solos entre los solos. Solos para siempre. Y habrá que vivir a pesar de todo. Sabes, durante mucho tiempo pensé que siempre habría Hombres para defendernos, otros. He creído en esos otros, en esas quimeras, los he imaginado llenos de fuerza y valor, socorriendo al pueblo oprimido, peros esos Hombres no existen. Mira el SOE, mira a esa gente, ¿era esa la idea del valor que ha habías hecho? Yo no. Ni siquiera pienso que debería ir a luchar. Yo no sé luchar, nunca he sido un luchador, un cabeza loca, un valiente. Yo no soy nada, y si estoy aquí es porque no hay otro que venga en mi lugar…
–Quizás la valentía consistía en eso –le interrumpió Palo.
–No es valentía, ¡es desesperación! ¡Desesperación! Así que, si me da la gana, puedo decir perfectamente que me llamo Adolf Hitler y hacer saludos nazis en las reuniones del Servicio, en Londres, solo porque me divierte. Solo porque Hitler puede acabar matándome, y a fuerza de burlarme tengo menos miedo, porque nunca, nunca, hubiese pensado que me tocaría a mí levantarme en armas. He esperado a los Hombres, ¡y nunca han aparecido!
En la oscuridad de la habitación, los dos agentes se miraron durante mucho tiempo. Todo lo que Doff acababa de decir, ya lo sabía Palo: el mayor peligro para los Hombres eran los Hombres. Y los alemanes no estaban más contaminados que los demás, simplemente habían desarrollado la enfermedad con mayor rapidez.”



Los últimos días de nuestros padres, de Joël Dicker -2012-



domingo, 9 de octubre de 2016

Aluvión del habla


[de  internet]

                “Les hablaré a mis amigos todo el rato en castellano, pero para compensarles la paciencia y la amistad voy a querer darles lo mejor de mi castellano. Leeré el romancero y el Siglo de Oro, y escucharé a los gitanos, a los viejos, a los quinquis, que hablan con palabras de Quevedo, para poder explicarme con frases afinadas en la música del idioma; para tener el ritmo de los alejandrinos primitivos, de los endecasílabos del soneto, de los octosílabos del romance. Voy a querer entregarles a mis amigos en cada conversación una voz arrancada del tesoro de la lengua popular, pagarles en el intercambio de pareceres con palabras de oro viejo. Quizá porque en casa no había posibles, me conformaré con un solo idioma para todos los días del año como quien tiene que conformarse con una par de zapatos para todos los días del año. Desde niño les tendré envidia a los catalanes que hablan en ese lenguaje entonces oculto y proscrito. Me cautivará el poder lingüístico del que están dotados y que les permite vivir una vida profundamente privada. Hablar como ellos, a ratos lo habré deseado; pero me parecerá luego que eso es hacer trampas. Me dará vergüenza ser catalán como me va a dar vergüenza ponerme corbata. Eso son cosas que no se hacían en mi casa. Yo no voy a ser catalán por respeto a los catalanes. En la intimidad, con los catalanes no hablaré en catalán sino que les escucharé su catalán.
[…]
Voy a verme fascinado por el catalán de mis amigos, el catalán de sus padres, que iré distinguiendo como lenguaje vivo del pueblo. Su habla vulgar del nusaltrus, el buenu y el anllavorans, será de la que más cerca me encuentre, y cuando el idioma vaya a normalizarse y esta manera de hablar se desautorice sentiré que han vuelto a ganar los pijos, que la forma de hablar de toda esta gente, de mis vecinos, de mis amigos, ha sido traicionada. Que les han robado su oro. Más tarde, empezaremos a estudiar catalán en el colegio, y yo pondré todo de mi parte para ser como piden. Hasta voy a comprarme un jersey negro con las cuatro barras. Pero lo que ocurre es que cuando hablo en cualquier idioma que no es el mío me veo en el exilio y creo que lo que digo no es tan preciso ni tan cierto como si lo dijera mi manera. No utilizaré el catalán porque yo no quiero hablar para comunicarme, eso es lo de menos. Yo hablo para repetir las mismas palabras que le he oído a mi madre. Creeré más en el habla que en los idiomas como creo más en la gente que en los países. El habla es de todos, todo el mundo tiene derecho a hablar un idioma, el materno o cualquier otro,  cada cual lo hace como sabe o como quiere. Me haré filólogo para estar en el tumulto de los hablantes, de las palabas, igual que los que se hacían socialistas para estar en medio de la revolución. Incluso cuando falta la libertad de expresión, sobreviven las palabras. Sobrevive el habla. Iré a las palabras del pueblo y le pediré a cada cual que hable en su idioma para oírles en lo más verdadero que tienen. Mi castellano estará más cerca del nusaltrus de los viejos de San Adrián que de los tribunales lingüísticos que otorgan el título de catalán. Va a estar más cerca mi castellano del estógamo y del no sus vayáis de mi familia, que de mi título de licenciatura en hispánicas. Antes que a ningún país, voy a pertenecer a una paisajística. Antes que de ningún idioma, voy a ser de cómo la gente habla.”



Paseos con mi madre, de Javier Pérez Andújar -2011-