sábado, 19 de diciembre de 2015

Adicción enfermiza


[Penélope Cruz, para el mes de febrero del calendario Campari 2013]

“Ignoro si usted habrá fijado alguna vez por casualidad su atención exclusivamente en el tapete verde, en el centro del cual la bolita vacila como un beodo, de un número a otro, y dentro de cuyo cuadrilátero, dividido en secciones, llueven, a modo de maná, arrugados pedazos de papel, redonda piezas de oro o plata, que luego la raqueta del croupier, a semejanza de una fina guadaña, siega y arrastra hacia sí o empuja como una gavilla hacia el ganador. Observándolo desde esa especial perspectiva, lo único que varía son las manos, la multitud de manos claras, nerviosas y siempre en actitud de espera en torno al tapete verde, todas asomando por la caverna de su respectiva manga, cada una de forma y color diferentes, algunas desnudas, otras adornadas con anillos y pulseras tintineantes, muchas velludas como animales salvajes, muchas otras húmedas y retorcidas como anguilas, y todas, sin embargo, crispadas y trémulas por una enorme impaciencia. Involuntariamente pensaba siempre en la pista de las carreras en el momento en que, en la línea de salida, hay que contener con fuerza a los excitados caballos para que no se lancen antes de tiempo. Exactamente así temblaban y se agitaban las manos. Todo puede adivinarse en esas manos, en su manera de esperar, de coger, de contraerse: al codicioso se le reconoce por su mano parecida a una garra; al pródigo, por su mano blanda y floja; al calculador, por su muñeca firme; al desesperado, por la mano temblorosa; cientos de temperamentos se descubren con la rapidez del rayo, ya en el modo de tomar el dinero, ya si lo estruja o lo agita nerviosamente, ya si, abatido y con mano fatigada, hace indiferente una puesta en el tapete verde.”



Veinticuatro horas en la vida de una mujer, de Stefan Zweig -1929-


viernes, 16 de octubre de 2015

Una forma como otra cualquiera de convertirse en primer ministro


[Palacio de Westminster, Londres]

“El mundo de Westminster es un club con muchas reglas tácitas, celosamente custodiado por los políticos y por la prensa; en especial por la prensa, por el afamado grupo de corresponsales parlamentarios que discreta y silenciosamente regulan la actividad mediática en el palacio de Westminster. Permiten, por ejemplo, que se lleven a cabo sesiones informativas y fuente jamás se la estricta condición de que la fuente jamás sea revelada. Nada, ni un atisbo, todo en las sombras. Dicha situación propicia que los políticos estén dispuestos a mostrarse tremendamente indiscretos y a filtrar confidencias; y, a su vez, permite a los corresponsales parlamentarios cumplir con sus plazos y conseguir los titulares más jugosos. El código de la omertà es su pasaporte; sin dicho código, el periodista –o la periodista- en cuestión no encontraría más que puertas cerradas y bocas todavía más cerradas. Revelar la fuente es una ofensa mortal, aporrear la puerta privada de un ministro queda solo ligeramente por debajo en la lista de comportamiento despreciable que automáticamente corta por lo sano el acceso a contactos útiles. Los corresponsales políticos no persiguen a sus presas hasta sus casas: eso supone malas formas, tarjeta roja y broncas por doquier.”



House of cards, de Michael Dobbs -1989-


jueves, 24 de septiembre de 2015

Deseos de una sirena


[de Helena Pérez García]

“Em vaig posar a plorar. Era la primera vegada que ho feia. Les llàgrimes afloraven als meus ulls suaus i calentes. Les vaig tastar, tenien gust de mar. Una esgarrifança d’emoció em va recórrer el cos i també per primera vegada vaig pensar en el disgust de la meva família, que em devien estar buscant pertot arreu, i em vaig sentir culpable. De seguida, però, la veu de Ludwig que em cridava: “On ets, mudeta meva? Vine”, em va retornar al paradís en el qual des que era dona em semblava estar instal·lada, i vaig córrer als seus braços sense importar-me que els peus em sagnessin.
Des de la meva arribada, el príncep es trobava cada dia millor i havia abandonat la malenconiosa obsessió d’anar a esperar la seva sirena a la platja i també d’exigir arengades per esmorzar, dinar, berenar i sopar. Jo de moment satisfeia tots els seus anhels.
A part d’això, havia aconseguit que la seva mare li comprés un altre vaixell i en un tres i no res estaria tot disposat perquè poguéssim salpar plegats.
- Ja veuràs –em deia-, estic segur que t’agradarà perquè en els teus ulls no hi veig més que ones i blaus de mar.
Jo hauria volgut respondre-li que els seus m’atreien d’allò més i que feliç que em feia el seu amor i com l’estimava, però no podia i això m’entristia. Encara que de vegades pensava que la meva mudesa potser no era tan dolenta. Qui sap si amb la veu de sirena no l’hauria conduït cap a la mort, com em va dir la maga que havien fet l’àvia i les seves amigues amb els homes del vaixell enfonsat. Com asseguren que fan les sirenes amb els homes.”

[de Helena Pérez García]


“A poc a poc anava comprenent que l’amor ens porta a imaginar el que no és, que ens atrapa i sedueix el que no existeix, que alguns, com li passava al príncep, només són capaços d’enamorar-se d’una quimera, i jo ho hauria donat tot per convertir-me en la seva, perquè la meva llibertat consistia a estar presa a les xarxes de la seva voluntat, per molt voluble que fóra.”

[de Helena Pérez García]


La veu de la sirena, de Carme Riera -2015-


viernes, 4 de septiembre de 2015

Aguri


[de  internet]

“Hace un día radiante, corre una brisa fresca; es la tarde de mayo perfecta para una excursión… Para vestir a Aguri con prendas favorecedoras, atildarla como una mascota adorada y luego subirla a un tren en busca de algún escondite delicioso. Un sitio que tenga un balcón al mar azul, o un balneario con puertas de cristal que dejen ver el follaje tierno del bosque, o un hotel sombrío y retirado del barrio extranjero. Y allí empezará el juego, ese juego encantador que es su sueño permanente, que es su única razón de vivir… Entonces Aguri se estirará como un leopardo. Un leopardo con collar y pendientes. Un leopardo amaestrado, que sabe exactamente lo que tiene que hacer para complacer a su amo, pero cuyos ramalazos ocasionales de ferocidad hacen que su amo se estremezca. Que salta y le araña y le golpea, que se abalanza sobre él y acaba haciéndole pedazos y secándole el tuétano de los huesos… ¡Un juego letal!”



Aguri, de Junichiro Tanizaki -relato de 1922-



sábado, 11 de julio de 2015

De cómo no hacer nada para que todo ocurra


[de  internet]

“- Es muy bonito –dijo Fanny, mirando en derredor, un día en que se hallaban sentadas en un banco-; cada vez que vuelvo a encontrarme entre esta vegetación me sorprende más su desarrollo y belleza. Hace tres años aquí no había más que arbustos que crecían descuidadamente a lo largo de la linde superior del campo, y que nunca se creyó que pudiera convertirse en algo digno de tener en cuenta; y ahora es un paseo tan útil como decorativo. Tal vez dentro de tres años habremos olvidado lo que antes fue. ¡Qué cosa tan asombrosa, la acción del tiempo y los cambios del pensamiento humano! –Y siguiendo el curso de sus pensamientos, poco después añadió-: Si alguna de las cualidades de nuestra naturaleza puede considerarse más maravillosa que las demás, yo creo que es la memoria. Parece haber algo más incomprensible en el poder, en los fracasos, en las irregularidades de la memoria, que en cualquier otro aspecto de nuestra inteligencia. La memoria es a veces tan fiel, tan servicial, tan obediente y, otras, tan veleidosa, tan austera… y otras aún, tan tiránica e ingobernable. Somos un milagro en todos los aspectos, pero nuestra facultad de recordar y de olvidar me parece algo particularmente insondable.”




Mansfield Park, de Jane Austen -1814-



lunes, 1 de junio de 2015

Arena y tiempo


[de  internet]

“Mi idea era un parque para adultos. Un lugar exterior urbano, sencillo y realista. Con sus bancos de lectura donde detenerse a reposar en los ratos robados a la oficina. La novedad principal era que contenía un bosque de relojes de arena, de escala humana, que al girarlos te concedían un tiempo de abstracción.
Podía servirte de aviso y cuantificación del tiempo, pero también de evasión. Es lo que me gusta de los relojes de arena, que reformulan una idea de ansiedad ante el transcurso del tiempo y transforman ese proceso inevitable en algo visual. En realidad éstas eran las palabras que pensaba utilizar en mi presentación del día siguiente. Yo me hubiera limitado a decir que me gustan los relojes de arena, me gustan porque señalan el verdadero sentido de la vida, que no es otro que la sumisión a la ley de la gravedad como esa arena que cae del bulbo superior al inferior en los relojes de cristal. La idea del jardín era enseñarte a valorar con precisión lo que eran tres minutos. Así empezaba mi charla: ¿acaso alguien se ha detenido a pensar sobre lo que son realmente tres minutos?
[…]
Mi jardín persigue devolver el valor de nuestro tiempo, hacernos reflexionar sobre la disposición del tiempo. Reparé en que el director del congreso, sentado en su butaca, tomaba notas y parecía interesado en mi discurso. Por eso lo llamo «El Jardín de los Tres Minutos». Drei-Minuten-Garten, repitió Helga con una sonrisa complacida que me animó.”




Blitz, de David Trueba -2015-




domingo, 26 de abril de 2015

Desig a flor de pell


[de Metin Demiralay]

“Quin esclat de llum, a l’habitació. No podia sofrir les persianes pujades fins a dalt de tot a cap hora del dia, però al matí era intolerable. Es va girar cap a la paret i, mandrosament, amb un dit, va dibuixar una rosella a l’empaperat amb una fulla i una tija i una poncella botida, a punt d’obrir-se. En el silenci, sota el traç del dit, la rosella semblava viva. Va palpar els pètals enganxosos, com de seda, la tija, peluda com la pell de grosella, la fulla aspra, i el capoll tibant, setinat. Era normal que les coses cobressin vida així. No tan sols les coses grosses i sòlides com els mobles, sinó també les cortines i les mostres de teixits i els serrells dels edredons i els coixins. Quantes vegades no havia vist el serrell de borles de l’edredó convertir-se en una curiosa processó de ballarins assistits per sacerdots... Perquè hi havia una quantes borles que no ballaven pas, sinó que caminaven solemnement, inclinades endavant com si resessin o entonessin càntics. Quantes vegades els flascons de remeis no s’havien convertit en una corrua d’homenets amb barrets de copa marrons... i la gerra del rentamans tenia una manera de seure a la palangana com un ocell gras en un niu rodó.
[...]
Sí, tot havia cobrat vida, fins a la partícula més minúscula, més ínfima, i no notava el llit, surava, suspesa en l’aire. Tan sols semblava que escoltés amb els ulls ben oberts i vigilants, que esperés que arribés algú que no arribava, que aguaités que passés alguna cosa que no passava.”




Preludi, de Katherine Mansfield -relato de 1917-

lunes, 6 de abril de 2015

La extraña historia de la Isla Panorama



Breve reseña:  Ambientada en los años 20 aproximadamente, nos ponemos en la piel de Hirosuke Hitomi, un escritor cuyo sueño es crear un mundo perfecto donde pasar el resto de sus días. De manera muy temprana se nos habla de Genzaburô Komoda, un ex-compañero de clase de Hitomi con el que guardaba un gran parecido que acaba de morir y amasaba una importante fortuna en sus manos. Así pues, Hitomi empieza a idear su macabro plan: profanar la tumba de Genzaburô y hacerse pasar por él para convertirse en el dueño de esa incalculable cantidad de dinero y poder hacer realidad su sueño… La Isla Panorama, un paraíso donde el sexo y los manjares serán el día a día de sus habitantes.

















      
   
Historia escrita en 1926 por Ranpo Edogawa, y adaptada al manga por Suehiro Maruo entre 2007 y 2008.


miércoles, 25 de marzo de 2015

Resaca de la propia memoria


[de  internet]

“Mientras se aproximaba al cadáver, Faulques consideró la posibilidad de una foto con la casa incendiada de fondo. Así que calculó la luz a 125 de velocidad y 5.6 de diafragma, dispuso de antemano la Nikon F3, y al llegar a su altura, deteniéndose un instante rodilla en tierra, encuadró el cuerpo, las piernas abiertas en V, los pies descalzos con un dedo asomando por un agujero del calcetín, los brazos en cruz y los objetos esparcidos junto a ellos, la casa incendiada a la izquierda haciendo otro ángulo con la carretera. Lo que no había modo de fotografiar era el zumbido de las moscas –ellas sí que ganaban todas las batallas-, ni el olor, evocadores de tantos otros olores y zumbidos, moscas y hedor entre cuerpos hinchados en Sabra y Chatila, manos atadas con alambre en los vertederos de San Salvador, camiones descargando cadáveres empujados por palas mecánicas en Kolwezi: zumzumzum. Un fotógrafo hábil, había dicho alguien, podía fotografiar bien cualquier cosa. Pero Faulques sabía que quien dijo eso nunca estuvo en una guerra. No era posible fotografiar el peligro, o la culpa. El sonido de una bala al reventar un cráneo. La risa de un hombre que acaba de ganar siete cigarrillos apostando sobre si el feto de la mujer a la que ha desventrado con su bayoneta es varón o hembra. En cuanto al cadáver del serbio descalzo, tal vez un escritor pudiera encontrar algunas palabras. Para las moscas, por ejemplo. Zumzumzumzumzumzum. El olor era otra cosa. O la escueta soledad del cuerpo muerto cubierto de polvo: nadie le sacudía el polvo a un cadáver.”




El pintor de batallas, de Arturo Pérez-Reverte -2006-


sábado, 28 de febrero de 2015

Los restos de un imperio


[Palacio de Schönbrunn, Viena]

“Ellos habían crecido demasiado mimados en la Viena sostenida por los demás países de la monarquía, inocentes, hijos ridículamente inocentes de la mimada y celebrada ciudad, capital y sede del gobierno, que, semejante a una araña brillante y tentadora, se asentaba en medio de una poderosa red de un amarillo negruzco, recibiendo ininterrumpidamente la fuerza, la savia y el brillo de los países de alrededor; de los impuestos que pagaban, viviendo miserablemente, mi pobre primo, el castañero Joseph Branco de Sipolje, y el cochero Manes Reisiger de Zlotogrod, vivían las orgullosas casas del Rin, que pertenecían a la ennoblecida familia judía Todesco, y los edificios oficiales, el parlamento, el palacio de justicia, la universidad, el banco hipotecario, el teatro real, la ópera, e incluso la dirección de policía. La multicolor alegría de la capital y sede del gobierno del imperio se alimentaba –mi padre lo decía frecuentemente- del trágico amor a Austria de los países de la corona: trágico porque era eternamente no correspondido. Los gitanos de la gran llanura húngara, los Huzulen de Subcarpatia, los cocheros judíos de Galitzia, mis propios parientes, los castañeros eslovacos de Sipolje, los plantadores de tabaco suavos de Bacska, los criadores de caballos de la estpa, la Sibersna osmana, la gente de Bosnia y Herzegovina, los comerciantes de caballos de Hanakei, en Moravia, los tejedores de Erzgebirge, y los molineros y comerciantes de coral de Podolia; todos éstos eran los generosos proveedores de Austria, y cuanto más pobres, más generosos. Tanto dolor, tanta tristeza ofrecidos voluntariamente, como si de lo más natural se tratase, como si se diese por sobreentendido, para que el centro de la monarquía mundial apareciese como la patria de la gracia, de la alegría y del genio. Nuestro favor crecía y florecía, pero la tierra estaba abonada con dolor y luto. Mientras estábamos allí sentados yo pensaba en Manes Reisiger y Joseph Branco. Seguro que ninguno de los dos quería ir a la muerte tan graciosamente, a tan graciosa muerte como mis compañeros de batallón.”


[Palacio de cristal en el Burggarten, Viena]

 
“Aquel viernes también esperaba yo con anhelo el atardecer, sólo entonces me sentía a gusto desde que no tenía casa ni hogar; lo esperaba, porque me había acostumbrado a arroparme en él. En Viena el atardecer era mejor que el silencio de la noche, después del cierre de los cafés, cuando las farolas se volvían melancólicas, lánguidas a causa de la inutilidad de su luz. Anhelaban la morosa mañana y su propio apagón, estaban cansadas, eran lámparas en vela, y querían que llegase la mañana para irse a dormir.
[…]
Luego, cuando volví de la guerra, no solamente más viejo, sino también envejecido, las noches vienesas estaban también arrugadas y marchitas como viejas y oscuras mujeres, y la tarde no iba en su busca como antaño, sino que evitaba su encuentro, palidecía y se desvanecía, rozándole apenas. Uno tenía que agarrar, por decirlo así, las tardes apresuradas y temerosas antes de que estuvieran a punto de desaparecer; yo las recibía preferentemente en el parque, en el Volksgarten o en el Prater, y sus últimos y más dulces restos en algún café, donde ellas se filtraban suaves y delicadas como un aroma.”

[Tumba del emperador Francisco José I en la cripta de los capuchinos, Viena]





La cripta de los capuchinos, de Joseph Roth -1938-