jueves, 21 de febrero de 2013

Reencuentros






“De petit, detestava l’expressió “fill únic”. Cada vegada que la sentia, tenia la sensació que em faltava alguna cosa, com si jo fos una persona incompleta. Aquelles dues paraules s’alçaven assenyalant-me amb un dit acusador: “Et falta alguna cosa, nano”, em deien.
En el món en què vivia, tothom pensava que els fills únics eren uns nens mimats pels seus pares, febles i terriblement egoistes. Això era una veritat acceptada per tothom, com el fet que la pressió atmosfèrica baixa quan es puja una muntanya i que les vaques fan llet. Per això odiava amb la meva ànima que em preguntessin quants germans tenia. Així que sentien que jo no tenia germans, la gent pensava instintivament: “Ui… fill únic. Segur que és mimat, feble i egoista”. Aquella reacció estereotipada em feria i em deprimia. Però el que em feria i deprimia més era una altra cosa: el fet que això que deien de mi era veritat. Sí, era un nen mimat, feble i terriblement malcriat.

[…]

Shimamoto treia molt bones notes i, a més a més, era amable amb tothom. Tots els companys la respectaven. En aquest sentit ella i jo érem força diferents, tot i que tots dos érem fills únics. Això no vol dir que caigués bé a tota la classe. Ningú no es ficava amb ella ni es reia d’ella, però, tret de mi, no tenia amics de debò.
Segurament era massa flegmàtica, tenia massa autocontrol. Alguns nens i nenes de la classe devien pensar que era freda i altiva. Però jo veia en ella alguna cosa càlida i fràgil amagada sota la superfície. Una cosa molt semblant a un nen jugant a fet i amagar: oculta en el seu interior, però esperant que la trobessin. Era com una ombra que jo entreveia en les seves paraules i en la seva expressió.”



L’amant perillosa: al sud de la frontera, a l’oest del sol, de Haruki Murakami -1992-


jueves, 14 de febrero de 2013

A la tenue luz de una vela


[de  internet]


“Si no estuviesen los objetos de laca en un espacio umbrío, ese mundo de ensueños de incierta claridad que segregan las velas o las lámparas de aceite, ese latido de la noche que son los parpadeos de la llama perderían seguramente buena parte de su fascinación. Los rayos de luz, como delgados hilos de agua que corren sobre las esteras para formar una superficie estancada, son captados uno aquí, otro allá, y luego se propagan, tenues, inciertos y centelleantes, tejiendo sobre la trama de la noche un damasco hecho con dibujos dorados.”



El elogio de la sombra, de Junichiro Tanizaki -1933-


viernes, 8 de febrero de 2013

Sin ir muy lejos


[Budapest, por ejemplo, de ge minúscula]


“La ciudad natal es un soportal bajo el cual te vino por primera vez una idea a la cabeza; es un banco donde te sentaste a meditar sobre algo que no comprendías; es un instante de vértigo durante una zambullida en el río, donde de pronto tuviste el recuerdo de una existencia anterior; es un guijarro hallado en el fondo de un viejo cajón, que no sabes por qué guardaste; es el sombrero de tu profesor de Religión, con una gran mancha oscura; es la angustia que te oprimía el corazón antes del examen de Historia; son los juegos extraños que nadie comprendía y de los que te habría avergonzado hablar; es una mentira cuyas consecuencias atormentarán tus sueños toda la vida; es un objeto valioso en la mano de una persona; es una voz, oída una noche a través de la ventana abierta, que nunca olvidarás; es una habitación iluminada, y son los flecos en el bajo de una cortina.”



Los rebeldes, de Sándor Márai -1930-


sábado, 2 de febrero de 2013

No salía en la película


[El grito, de Edvard Munch (1893)]


“Phil Resch se detuvo ante un cuadro al óleo; mostraba a una criatura pelada y oprimida, con una cabeza semejante a una pera invertida, que apretaba sus manos horrorizadas contra sus oídos, con la boca abierta en un vasto grito mudo. Las olas encrespadas de su dolor, los ecos del grito, ocupaban el espacio que la rodeaba. El hombre, o la mujer, estaba encerrado dentro de su propio aullido. Se cubría los oídos para protegerse de su propia voz. La criatura estaba de pie en un puente, y no había nadie más. Gritaba a solas. Aislada por el grito a pesar de él.
[…]
- Se me ocurre que así deben sentirse los androides –dijo Phil Resch, y trazó en el aire los ecos, visibles en la pintura, del grito de la criatura-. Yo no me siento así, por lo tanto quizá no sea un…”



¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?, de Philip K. Dick -1968-