martes, 31 de diciembre de 2013

Feminidad marchita


[Vivien Leigh, en la película “The Roman spring of Mrs. Stone” -1961-]

“No obstante, la señora Stone no podía dejar de admitir lo que sentía físicamente ahora, por primera vez, en esa pausa lunar que debería haberla vuelto inmune a tales sensaciones y, en cambio, la hacía sucumbir a ellas. Experimentaba deseos incontenibles, que le repugnaban pero que, al mismo tiempo, le proporcionaban una clara e inmediata sensación de existir. Si el ascensor hubiera bajado con el chico dentro, la señora Stone habría caído de nuevo en la desolada deriva, la inundación indiscriminada, el indefinible ir y venir, en la corriente del tiempo, de miríadas de objetos que entrechocan en desorden y al instante se apartan y desparraman en un amasijo informe con menos significado que la sucesión imágenes de un sueño. Este detenimiento era lo opuesto a la deriva. No se parecía a nada de lo que había sentido, una o dos veces, en el pasado. El pasado era, desde luego, la época en que el cuerpo todavía representaba un canal para esas mareas rojas que la vida orgánica traía consigo. Aquellas mareas rítmicas ya se habían retirado de su cuerpo dejándolo igual que un estuario inmóvil sobre el cual el deseo reposaba como la imagen de la luna sobre una capa de agua quieta. De pronto la señora Stone no necesitó preguntarse por qué era diferente. Las mareas rojas habían sido muy peligrosas porque tenían una finalidad que no entraba en su plan de mantenerse en una posición elevada. Lo que ahora sentía era deseo, el deseo íntimo de esa antigua ansia implícita por el peligro. Nada podía pasar, ahora, salvo el deseo y su posible gratificación. Cuando entendió esto, supo por primera vez por qué se había casado (como dijo Meg Bishop que decía la gente): para evitar el coito. Había sido su secreto y más profundo temor, la inconsciente voluntad de no procrear. Ese terror ya no existía. Se había ido al retirarse la marea de fertilidad y ahora sólo quedaba el lago inmóvil y la luna indiferente que reposaba encima, desapasionada como la aceptación de una propuesta astuta en términos satisfactorios para ambas partes.”




La primavera romana de la señora Stone, de Tennessee Williams -1950-


viernes, 6 de diciembre de 2013

La fuerza del pasado


[Hu Jun Di]

“Sí, me estaba enamorando de Chloe…, me había enamorado, la cosa ya estaba hecha. Tenía una sensación de ansiosa euforia, de esa caída feliz que no puedes evitar, que quien sabe que tendrá que encargarse de la parte activa del amor experimenta siempre en el precipitado inicio. Pues incluso a tan tierna edad sabía que siempre hay un amador y un amado, y sabía cuál sería yo en ese caso. Para mí esas semanas con Chloe fueron una serie de humillaciones más o menos embelesadas. Ella me aceptaba como si yo fuera un suplicante en su santuario, tan satisfecha consigo misma que resultaba desconcertante. Cuando estaba más distraída apenas se dignaba fijarse en mi presencia, y ni siquiera cuando me prestaba toda su atención era realmente toda, siempre había una sombra de ensimismamiento, de ausencia. Esa deliberada distracción me atormentaba y enfurecía, pero lo peor de todo era la posibilidad de que no fuera deliberada. Podía aceptar que decidiera desdeñarme, podía asumirlo, incluso, de una manera confusamente placentera, pero la idea de que se dieran intervalos en los que yo simplemente me volvía transparente a su mirada, no, eso era insoportable. A menudo, cuando yo me entrometía en uno de sus ausentes silencios, ella sufría un leve sobresalto y miraba rápidamente a su alrededor, al techo o a un rincón de donde nos encontráramos, a donde fuera excepto a mí, en busca de la voz que se había dirigido a ella. ¿Me tomaba el pelo de manera despiadada o eran momentos de genuina ausencia? Rabioso hasta más no poder, la agarraba por los hombros y la zarandeaba, exigiéndole que me viera a mí y sólo a mí, pero en mis manos se quedaba fláccida, y bizqueaba y dejaba que su cabeza se sacudiera como la de una muñeca de trapo, riéndose por la garganta con un sonido turbador, como Myles, y cuando la apartaba de mí de un empujón, disgustado, volvía a caer en la arena o en el sofá y se quedaba despatarrada, con los brazos y piernas de cualquier manera, fingiendo estar grotescamente muerta, sonriente.”



El mar, de John Banville -2005-


jueves, 31 de octubre de 2013

Vidas torcidas




Erlendur tenía por fin algo de lo que hablarle a su hija. Había estado husmeando un buen rato en la Biblioteca Nacional y buscando noticias de los periódicos y revistas que se publicaban en Reikiavik en 1910, cuando el cometa Halley pasó cerca de la Tierra con su cola a cuestas, llena de letal ácido cianhídrico.
[…]
Ya había atardecido cuando se sentó junto a la cama de Eva Lind y empezó a hablarle de los huesos encontrados en Grafarholt. Le habló de los arqueólogos que habían creado pequeñas cuadrículas en la parte superior del lugar donde estaban los huesos, y de Skarphédinn, que tenía unos caninos tan enormes que no podía cerrar la boca del todo. Le habló de los groselleros y de lo que les había contado Róbert sobre una mujer verde y torcida. Le habó de Benjamín Knudsen y de su novia, que desapareció un día, y del efecto que tuvo la desaparición de la muchacha en el joven Benjamín, y le habló de Höskuldur, que había alquilado la casa durante la guerra, y de lo que había dicho Benjamín sobre una mujer que vivía en la colina y que había sido engendrada en el gasómetro durante la noche en que la gente creía que el mundo se iba a acabar.
[…]
Las noticias de lo sucedido en el gasómetro esa noche se extendieron como un reguero de pólvora por toda la ciudad en los días sucesivos. Decían que la gente se había emborrachado por completo y que habían estado practicando toda clase de actos sexuales hasta la mañana siguiente, o hasta que quedó claro que el mundo no se acababa, ni como consecuencia del cometa Halley ni por las infernales llamaradas de su cola.
Muchos estaban convencidos de que algunos niños fueron engendrados en el gasómetro aquella noche, y Erlendur pensó que a lo mejor era uno de ellos el que había podido llegar al fin de sus días en Grafarholt muchos años después, y estaba enterrado allí.



La mujer de verde, de Arnaldur Indridason -2001-
(se puede encontrar también con el título Silencio sepulcral)
 

domingo, 13 de octubre de 2013

Deshielos


[Lomonosov University, del blog Guilirandia]

“En silencio, Frank se dispuso a elaborar mentalmente un breve discurso: “Querida Lisa, por favor, te pido que consideres las siguientes tres posibilidades que te planteo a petición de mi cuñado. En primer lugar, Karl Karlovich te quiere, aunque él no lo sepa aún. Le gustaría que te fueras a Inglaterra con él para cuidar de los niños durante el viaje, con el mismo salario que se te paga aquí (que para él es un salario justo), y luego, más tarde, cuando se dé cuenta de lo que siente realmente, querrá que te acuestes con él, para disgusto, desaprobación y envidia de todos sus vecinos de Norbury. Segunda posibilidad: Karl Karlovich te quiere, etcétera, etcétera, pero es más astuto de lo que yo pensaba, y él lo sabe. El resultado será idéntico, con el mismo salario que se te paga aquí (que para él es un salario justo), pero todo se llevará a cabo mucho antes de lo que piensas. Tercera posibilidad: Karl Karlovich no te quiere, pero sospecha que yo sí, y eso le aflige enormemente, en parte por su hermana y en parte, creo, por mí, ya que estoy seguro de que lo que intenta es velar por mi bienestar moral, y se le ha ocurrido que si puede llevarte con él a Inglaterra (seguimos con el mismo salario), me librará de caer en la tentación”.”



El inicio de la primavera, de Penelope Fitzgerald -1996-


viernes, 4 de octubre de 2013

Modelando a la mujer perfecta


[Danse à la ville, Pierre-Auguste Renoir -1883-]

“Querida Mrs. Keith,

Le prometí una vez que yo sería muy desdichado, pero dudo que me creyese; al menos no pareció que fuera así. De cualquier forma, estoy seguro de que deseaba que las cosas fueran distintas. Me han dicho que se ha hecho católica. Quizá ha estado rezando por mí a San Pedro. Es la única forma que tengo de explicar el cambio para bien que he experimentado anímicamente. Como sabrá, hace dos años, adopté a una niña sin hogar. Un día de estos ella se convertirá en una mujer encantadora. He hecho todo lo que estaba en mi mano para que así sea. Quizá, dentro de seis años, estará lo suficientemente agradecida como para no rechazarme como lo hizo usted. Rece pues por mí más que nunca. He empezado por el principio; será culpa mía si no tengo una mujer perfecta.”



Vigilancia y custodia, de Henry James -1871-


martes, 3 de septiembre de 2013

Sacrificio


[La dame aux camelias, de Alphonse Mucha (1896)]

“En ellas, el cuerpo ha viciado el alma, los sentidos han quemado su corazón y el libertinaje ha sofocado los sentimientos. Las palabras que oyen las saben desde hace tiempo; los medios que se emplean los conocen, y el amor que inspiran lo han vendido. Aman por oficio y no por inclinación. Están mejor guardadas por sus cálculos que una virgen por su madre y su convento. Así es que han inventado la palabra capricho para los amores sin tráfico que de vez en cuando se dan como un descanso, como una excusa, como un consuelo; semejantes a esos usureros que desollan a mil individuos y creen repararlo todo prestando un día veinte francos a algún pobre diablo que se muere de hambre, sin exigirle interés ni pedirle recibo.
Además, cuando Dios permite el amor a una cortesana, este amor, que al principio parece un perdón, se torna casi siempre en castigo para ella.
No hay absolución sin penitencia."




La dama de las camelias, de Alejandro Dumas -1848-

viernes, 16 de agosto de 2013

To the future



“- Doctor Lanning, es posible crear un robot humanoide capaz de duplicar a la perfección un ser humano y su apariencia, ¿verdad?
Lanning permaneció reflexionando largo rato.
- Ha sido hecho experimentalmente por la U.S. Robots –dijo a su pesar- sin el aditamento del cerebro positrónico, desde luego. Empleando óvulos humanos y control hormonal se puede desarrollar carne y piel humanas sobre un esqueleto de plásticos porosos de sílice que desafiarían cualquier examen externo. Los ojos, el cabello, la piel, serían realmente humanos, no humanoides. Y si le añade usted un cerebro positrónico y demás dispositivos interiores, obtiene usted un robot humanoide.
- ¿Cuánto tiempo se necesitaría para fabricarlo?
- Si dispone usted de todo su equipo –dijo Lanning después de haber reflexionado-, el cerebro, el esqueleto, el óvulo, las hormonas adecuadas y las radiaciones, digamos dos meses.”


Yo, robot, de Isaac Asimov -1950-


jueves, 1 de agosto de 2013

Intensamente


[Federico Erra]

“Después, es imposible, vuelvo a mirarla. Las lágrimas llenan sus ojos. Reprime un sufrimiento muy intenso en el que no se hunde, que, por el contrario, soporta con todas sus fuerzas, al borde de su expresión culminante, que será la de la felicidad. No digo nada. No acudo en su ayuda durante esa irregularidad de su ser. El instante se acaba. Lol reprime sus lágrimas, que regresan al oleaje contenido de las lágrimas de su cuerpo. El instante no se ha deslizado ni hacia la victoria, ni hacia la derrota, no se ha coloreado de nada, sólo el placer, negador, ha pasado.”




El arrebato de Lol V. Stein, de Marguerite Duras -1964-


sábado, 6 de julio de 2013

Sopla, sopla


[de  internet]

“Salió Matías a la calle y al cabo de diez minutos se dio cuenta de que su pelo no era más que una cosa ridícula encima de su cabeza. Esto quiere decir que el viento era fuerte y que se estaba riendo de su peinado y que le había puesto unos mechones mirando hacia aquí y otros mirando hacia allá, sin criterio. De hecho, Matías tenía entradas, aunque disimuladas, y algún que otro claro en el pelo, y el viento le dejaba todo a la vista, entradas y claros, como si quiera ridiculizar a Matías, como se ridiculizan las fotografías de 1967 o como se ridiculizan los bolsos de las tías mayores, sin ningún miedo.
Y es que Matías tenía claros en el pelo. Y los claros son agradables en los bosques o debajo de una farola, en Londres, pero no en la cabeza de una persona joven. Y Matías se enfadó un poco con el viento, pero sólo un poco. Después siguió andando.
“Calle Théodore Maunoir” era la calle del primer informante. Ésa era la primera calle que tenía que buscar. Y no era fácil de encontrar; por el viento que hacía, sobre todo. Porque el viento suele difuminar la mitad del cerebro de las personas. O tres cuartas partes del cerebro de las personas. Por eso no era Matías capaz de encontrar la calle Théodore Maunoir.
[…]
Fuera de la pensión, sin embargo, notaba que el viento le estaba difuminando el cerebro. Y para difuminar el cerebro de Matías, el viento no utilizó una fórmula muy diferente a la que utiliza el almíbar para difuminar los melocotones.”



El pelo de Van’t Hoff, de Unai Elorriaga -2003-

martes, 25 de junio de 2013

Un hogar de libros


[de  internet]

“Las camionetas y furgones que traían a los vendedores de las editoriales empezaron a aparecer con más frecuencia por el brillante horizonte de los pantanos, hundiéndose de vez en cuando en el lodo a la altura del cruce, y siempre, sin remedio, cuando intentaban dar la vuelta en la orilla. Incluso en verano se trataba de un viaje complicado. Los que lograban llegar sanos y salvos eran un poco reacios a desprenderse de las novelas románticas y los libros de noviazgos, que eran los que Florence quería realmente, a no ser que accediera a quedarse también con un montón de esas novelas de cubiertas ligeramente envejecidas, que tenían el aire de una mujer a la que nadie ha solicitado nunca su favor. Su solidaridad tanto con los vendedores como con los libros que envejecían irremediablemente, la convertían en una compradora algo imprudente. Además los vendedores llegaban de tan lejos que ella no tenía más remedio que llevarles a la cocina y ofrecerles un té. Allí, con la esperanza de que tardarían todavía un tiempo en regresar a ese agujero dejado de la mano de Dios, los vendedores se podían permitir el lujo de revolver el azúcar y relajarse un poco.

[…]

En las tardes lluviosas, cuando se levantaba el mal tiempo, Old House se llenaba de visitantes extraviados y desconsolados. Christine, que decía que ponían la tienda perdida de arena, era implacable con ellos, y les exigía que decidieran qué querían comprar.
- Hojear libros es parte de la tradición de una librería –le dijo Florence-. Debes dejar que se queden y toquen los libros.”


La librería, de Penelope Fitzgerald -1978-


sábado, 15 de junio de 2013

Un cuerpo desnudo


[Marilyn Monroe, en la gala del 19 de mayo de 1962]

“Sólo le preocupa una cosa: estar presente en la gala en honor de JFK en Nueva York por su 45 cumpleaños. Marilyn ha encargado un vestido y ¡qué vestido! Diseñado y cortado por Jean-Louis, el mago francés que inventó la extraordinaria silueta de Rita Hayworth en Gilda. Marilyn sólo le ha dado una consigna:
- Hágame un vestido que sólo se atrevería a llevar Marilyn.
El creador ha diseñado un sueño: un vestido de un tejido tan ligero que parece transparente, una nube de seda. El tejido ha sido especialmente diseñado para la ocasión y, al colocarlo sobre Marilyn, Jean-Louis pregunta:
- ¿Irá desnuda, me imagino, miss Monroe?
- ¡Totalmente!
Hubo que superponer veinte capas de sedas sobre los senos y la entrepierna para evitar transparencias y se cosieron seis mil piedras del Rin, que centellean por todo el vestido. Dieciocho modistas trabajaron siete días seguidos. Es un vestido imposible de poner, hay que coserlo sobre el cuerpo de la estrella. Es decir: totalmente a medida de Marilyn.
- Hará que se despierten, ¿no? –dice gorjeando.
Jean-Louis sonríe para sus adentros.
El vestido costó 12.000 dólares, es decir, ocho veces más en dólares del siglo XXI. En 1999, subastado en Christie’s, alcanzará la cota de un millón de dólares.

Hace unos días que Marilyn sabe que cantará en el cumpleaños del presidente. Entrará en escena al finalizar el show extraordinario. Es consciente de lo que está en juego. Es el regalo de JFK. El extremo opuesto a Jackie. Por tanto, hará todo lo necesario para ser lo que la primera dama no es: provocadora, sexy, divertida.”




Marilyn y JFK, de François Forestier -2009-



miércoles, 29 de mayo de 2013

Pasión regia


[Juana la Loca, película de Vicente Aranda (2001)]

“Antes de que mis ojos lo definieran, vi los suyos mirándome desde la mancha azul de sus ropas, como si la mirada fuera una entidad sin cuerpo que me atrapara envolviéndome como un lazo de seda jovial y curioso. Poco a poco la mirada adquirió cabello y mejillas, cuello y manos alargadas. Era más alto que yo, delgado, rubio, apuesto, pero nada de eso parecía más importante que la emanación que fluía de él hacia mí, la complicidad con que me transmitió su propia duda, su alivio. Sentí la abundancia de imágenes urdidas y prefiguradas por los dos en ocasión de este encuentro. Aunque ambos habríamos enfrentado nuestro destino cualquiera fuese la impresión que nos causáramos, mirarnos y reconocer que para nada nos desagradábamos, desató en los dos una rara y eufórica complicidad. Conscientes de lo poco que habíamos intervenido en los engranajes de nuestras vidas, intercambiamos, sin cruzar palabra, la certidumbre de que juntos descubriríamos nuevos usos para la libertad que nos concedería el matrimonio. Lo bien que se acoplaron nuestros silencios bastó para convencernos de que nos habíamos enamorado a primera vista. Iba a hacer la acostumbrada reverencia, pero él me lo impidió, tomándome de la mano y llevándome sonriente al otro lado de la chimenea indicándome que tomara asiento fuera del alcance de nuestros acompañantes. Me admiró verlo actuar ante los demás con el aplomo que nos es tan difícil de asumir a las mujeres. Apenas habíamos conversado cuando pidió a la abadesa, a los miembros de su corte y de la mía que nos dejaran solos, pues ya que pasaríamos la vida juntos, bien nos haría empezar a conocernos. Cuando todos salieron, mi determinación de increparlo por su tardanza para reunirse conmigo fue totalmente avasallada por un calor en el pecho que me subió hasta los ojos produciéndome una suerte de vahído de llanto, mezclado con un trasfondo de risa y alivio. Sin saber cómo disimular emociones tan poco apropiadas para el momento, me tapé la cara con las manos, luchando por recomponerme. Él se arrodilló a mi lado, ansioso, pero le dije que no debía preocuparse. Estaba cansada tras tantos días de viaje y me daba gusto ver que, después de todo, parecía que no tendría que maldecir mi destino. Sacó su pañuelo, me secó las lágrimas. Creo que ni cinco minutos habían transcurrido antes de que me diera el primer abrazo y me besara en los labios. Sus labios eran delgados, pero su lengua parecía una pequeña lanza hurgando en mi boca. Había tomado cerveza, porque recuerdo el sabor a malta y el calor de su lengua hizo correr sobre la mía y que, desde mi garganta, bajó como una corriente de ardor que me sacudió un cuerpo metido en el mío que hasta entonces yo ignoraba poseer.”




El pergamino de la seducción, de Gioconda Belli -2005-


sábado, 18 de mayo de 2013

Espejismo


[En el harem del palacio Topkapi –Istambul-, 
de ge minúscula]

“Mientras estudiaba el pabellón árabe o persa, se me ocurrió pensar: “Qué hermosas han de ser aquí las noches, cuando todo está cubierto por una oscuridad casi impenetrable, todo alrededor está tranquilo, negro y silencioso, los abetos se alzan suavemente sobre la oscuridad, nocturna sensación atrapa al solitario caminante y una bella y noble mujer, atractivamente arreglada, trae al pabellón una lámpara que derrama un dulce y dorado brillo, y entonces, impulsada por un gusto peculiar y movida por un extraño acceso del espíritu, empieza a toca lieder en el piano que, naturalmente, nuestro jardín tendrá que tener en este caso, mientras, si se permite semejante sueño, los canta con voz pura, de cautivadora belleza. Cómo se escucharía entonces, cómo se soñaría entonces, cuán feliz se sería con la música nocturna”.”



El paseo, de Robert Walser -1917-


jueves, 9 de mayo de 2013

De lo que está por llegar, o ya fue




[New York movie, de Edward Hopper (1939)]

“Los cuadros de Hopper son breves y aislados momentos de figuración que sugieren el tono de lo que habrá de seguir, al tiempo que llevan adelante el tono de lo que los ha precedido. El tono, pero no el contenido. La implicación, pero no la evidencia. Son profundamente sugerentes. Cuanto más impostados y teatrales resultan, más nos mueven a preguntar qué sucederá después; cuanto más parecidos a la vida, más nos impulsan a construir el relato de lo que ha acontecido antes. Nos atrapan justo cuando la idea de tránsito no puede estar lejos de nuestras mentes: al fin y al cabo estamos acercándonos al lienzo, o alejándonos de él. El tiempo que pasamos con un cuadro debe incluir –si tenemos consciencia de nosotros mismos- lo que este nos revela sobre la naturaleza de la continuidad. Los cuadros de Hopper no son vacío en un rico proceso. Son todo lo que puede extraerse de un vacío en el que no se siente tanto la presencia de los acontecimientos de una vida como del tiempo que precede a esa vida, o que la sucede. Una oscura sombra se abate sobre estas pinturas, haciendo que cualquier relato que construyamos tomándolas como punto de partida parezca sentimental o impertinente.”


Hopper, de Mark Strand -1994-


miércoles, 1 de mayo de 2013

Lastres


[Ray  Bradbury]

“- ¿Por qué me siguen llamando? –dijo Ralph Fentriss, sentado en el restaurante-. Antiguos amores, viejos amigos de nuestras hijas, ex amantes, pretendientes descerebrados, amigos de amigos, desde primos carnales hasta simples conocidos. Y ahora, esta noche, ¿qué demonios hacemos aquí? ¿Dónde está ella?
- Si mal no recuerdo –dijo Emily Fentriss bebiendo la segunda copa de champán para estar preparada-, siempre llega tarde. Y en cuanto a tu primera pregunta, siguen llamando porque tú sigues contestando.
- No se puede cortar cuando alguien llama.
- No. Promete devolver la llamada y después no lo cumplas.
- No puedo hacer eso.
- Ya lo sé, y siempre tendrás que llevar esa cruz.
- Tú nunca devuelves las llamadas, ¿verdad?
- No, y eso me permite tener una vida mejor. Debajo de este pecho de seda no hay ningún remordimiento.
- ¿Remordimiento?
- Todo borracho en el bar cree que tú eres el segundo Advenimiento, todo vagabundo sin hogar piensa que eres Jesús de Nazaret que viene a repararle el alma, toda prostituta cree tú eres el abogado que llevará su caso, todo político sabe que debajo de la cartera tienes el corazón, todo camarero te cuenta la historia de su vida en vez de escuchar la tuya, todo policía te mira a la cara y no te pone la multa, todo rabino te pide que vayas a dar sermones los viernes por la noche aunque eres un baptista no practicante, cada…
- Está bien, está bien –dijo él.
- De todos modos me he quedado sin combustible. Dime de nuevo quién eres.
- Soy el ganador del premio Año Nuevo de la Cruz Roja a las Causas Perdidas.”




Sobras, de Ray Bradbury
[relato publicado en la recopilación Algo más en el equipaje -2002-]


martes, 23 de abril de 2013

Salpicando libros

[de internet]



De regreso a la librería, emerge del pergamino la fragancia de aquellas poetas prostitutas chinas que, en la hora de la aurora boreal, recreaban el lenguaje secreto del jin-shei bajo la luna en los pinos.

El alienista que daba clases a la maestra de piano habría sospechado algo más en el equipaje, a parte del río y la piedra. Quizá las once mil vergas o algo de música. Sin embargo, sólo un retrato de Eugenio Oneguin queriéndome decir “nunca me abandones” resumía sin aderezos el cuadro de Hopper en el que yo, robot perfeccionaba el origami para un día de lluvia junto a Marilyn y JFK.

Londres es de cartón, ya lo sabes, y no hay un tranvía en SP que deje cerca del club Lovecraft, me susurraste desde el marco de tus letras.




Divertimento literario, donde cada palabra subida de color lleva a un libro, de esos que me quitan el dolor de cabeza y espolean la imaginación. Por aquello del 23 de abril.


miércoles, 17 de abril de 2013

La nana asesina



[de internet]
“La Helen camina amb una copa de vi a la mà, només una mica de vermell fosc al fons, la copa gairebé buida.
I la Mona diu:
- D’on l’has tret?
- La copa? –diu la Helen. Porta un abric gruixut de pells de diferents matisos de marró amb  blanc a les puntes. El porta descordat, amb un vestit jaqueta blau cel a sota. Xarrupa les últimes gotes de vi i diu-: Del bar. Allà, al costat del bol de taronges i de l’estatueta de llautó.
I la Mona s’enfonsa totes dues mans entre les rastes vermelles i negres i s’esprem el capdamunt del cap. Diu:
- Allò és l’altar.- Assenyala la copa buida i diu.-: T’has begut el meu sacrifici a la Deessa.
La Helen prem la copa buida contra la mà de la Mona i diu:
- Doncs a veure si li portes un altre sacrifici, a la Deessa, i que sigui doble, aquesta vegada.”





Cançó de bressol, de Chuck Palahniuk -2002-


martes, 2 de abril de 2013

Por el malecón


[de internet]

“Ya todos los ángeles se extinguieron bajo el peso excesivo de la megalópolis, los cambios climáticos, la evolución de la religiosidad, la libertad entre rejas y el pragmatismo excesivo de los hombres.
No desaparecieron de golpe, como los dinosaurios, sino lenta y sostenidamente, sobre todo en la segunda mitad del siglo XX. En ese momento aún sobrevivían algunos en zonas muy aisladas de la civilización, pero finalmente también fueron pasto de la indiferencia y la abulia hasta que murieron de nostalgia. Otros, la mayoría, fueron corrompidos y degeneraron la raza. Por eso no se debe hablar de extinción, sino más bien de evolución. O quizás de involución. Según como se le mire.
Es lógico suponer que ya todo está perdido. Los últimos ángeles estaban tan tristes que no atinaron a dejar descendencia. Los que se transformaron borraron sus genes, al aparearse con ejemplares de otras razas. Es decir, no habrá segundas partes en esta historia. Todo terminó definitivamente. El regreso de los ángeles sólo se puede producir como un milagro. Una señal. A fin de cuentas, los ángeles no fueron más que simples mensajeros divinos. Y estoy seguro de que regresarán un día de estos, utópico, imprevisible, con algún telegrama reconfortante. Un telegrama de amor.”



El regreso de los ángeles, de Pedro Juan Gutiérrez
[relato publicado en su recopilación “Melancolía de los leones” -2000-]

martes, 26 de marzo de 2013

De verdades enmarcadas


[dando forma a las salas del MNAC]

“Los museos son malhechores. En general. Porque los cuadros se tienen que ver despacio y con ganas, y en los museos no se ven despacio y se ven como sino fueran cuadros ni nada, o se medio ven. Los museos son hoy tengo que ver los 602 cuadros del museo porque la entrada está pagada ya.
De hecho, durante los diez primeros minutos del museo, no hay problema para digerir lo que vas viendo, pero, a medida que pasan cuadros y pasan salas, tu cuerpo es incapaz de asimilar todo lo que mira y, de repente, ves cómo te empieza a salir una menina por la oreja o la propia Gioconda por la nariz.
Es entonces cuando sientes que tu cuerpo está minuciosamente descompuesto y que tienes que vomitar algo. Te acercas a un rincón del museo; al rincón del museo donde suele estar la silla del vigilante, concretamente. Y empiezas a vomitar (siempre tras comprobar, claro, que el vigilante es poco trabajador y aficionado a distraerse en el baño). Entre los despojos que van saliendo de tu cuerpo, ves 42 impresiones de 42 pintores impresionistas, 212 líneas rectas de 17 cubistas y algún reloj derretido.
Te sientes un cacharro y te prometes que no vas a volver a entrar en un museo grande. Entonces vuelve el vigilante del baño y te pide que, por favor, no te apoyes en la Nariz de Napoleón, y tú le dices que perdón, que estás algo mal y que no sabes casi ni dónde estás.
Vuelves al hotel, y en el hotel te dicen que ha muerto una tía tuya a tres mil kilómetros de allí, o que se está muriendo en el hospital. Entonces te das cuenta del tiempo que has perdido en el museo y de cuánto querías a esa tía y de lo feos que son los retratos de las damas del siglo, por ejemplo, XVI.”



Un tranvía en SP, de Unai Elorriaga -2001-


miércoles, 20 de marzo de 2013

Todo parece florecer



Canción de primavera

Desciende deslumbrante desde el pabellón rojo.
Cautiva, admira melancólica el abril.
Las flores la seducen en medio del jardín
y se le posa una libélula en la horquilla.

[de Liu Yuxi]


[de internet]


Lamentación íntima

La joven esposa sigue en sus estancias sin lamentar nada
hasta la mañana que, desde la torre, bien acicalada,
descubre de pronto sauces verdeando junto a la vereda.
¡Cómo se arrepiente de haberlo incitado a buscar honores!

[de Wang Changling]


[de internet]


Nieve tardía

En primavera, cuando nieva,
todo parece florecer:
en el jardín no se sabría
qué es un ciruelo de verdad.

[de Dongfang Qiu]





De la China a al-Andalus, edición de Ramon Dachs -2004-